lunes, 23 de noviembre de 2009

Mirame de lejos...





Allá voy, buscando un punto de apoyo más lejos.
Un catalejos...

Allá voy.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Pinceladas de despedida...

En el taller de pintura hay unas cuantas mujeres distribuidas en tres habitaciones de una casa chorizo adaptada como atelier. Sin embargo, en la habitación en la que me ubico somos cinco y, si cuento a la asistente que busca entre la madeja de nuestros ovillos la hilacha por donde empezar a tirar, y a Rebeca, la profesora, somos siete. Número perfecto.
La chica de mi izquierda murmura junto a la mujer que está a su espalda, miran a trasluz los frascos de colores, aparentemente no encuentran el tono ideal de verde que no es azul y tampoco turquesa. Sus voces son suaves pero claras. No caben dudas de que sienten que están en un problema. La mujer mayor que está a mi derecha revuelve y busca entre sus porquerías algún trapo con el que pueda limpiar la trementina que se acaba de volcar y chorrea por la madera del piso inundando el ambiente con más olor a solvente que el habitual. La morocha de mi espalda tiene los auriculares puestos, la música a máximo volumen y combina su danza autista con los trazos negros de sus dibujos. Constantemente dibuja, pinta o garabatea en negro, y siempre, pero siempre, tiene los auriculares incrustados en los oídos, incluso para hablar baja el volumen pero no se los quita.
Confieso que esta percepción de los sentidos en trescientos sesenta grados me distorsiona. Tomo un poco de distancia para mirar mi tela manchada de verdes y blancos buscando el próximo paso que me lleve a la intuición. June, la asistente, llega a mi lado, creo que ha percibido mi desconcierto y tras un pequeño instante de silencio me pregunta cómo voy a seguir. Entonces, por detrás del hombro de June la veo a Rebeca que se acerca. Todas percibimos a Rebeca cuando se acerca. Mis cuatro compañeras, por un instante, se paralizan y dirigen sus ojos a los movimientos contundentes de la profesora, que se para frente a mi tela y con voz potente me dice que lo que necesito es provocación, al mismo tiempo que toma el pincel más ancho lo hunde en la pintura negra y escupe por toda la tela sus oscuros pensamientos ocultos bajo el nombre de un desafío. Todo parece suceder en cámara lenta, sin perder la violencia que exudan las manos de Rebeca. June sigue a un costado del atril si moverse siquiera. Un instante de silencio que se hace denso mientras que cae en un vértigo profundo y de golpe se quiebra cuando la profesora me dice que vamos a ver qué hago ahora con esto.
La miro a los ojos, hago una mueca de sonrisa que se que es una ironía.
La chica y la mujer que murmuraban a mi espalda abandonan sus cuchicheos y miran con asombro, la bailarina autista, que se ha dado vuelta para ver la escena, se saca los auriculares y apoya su mano sobre mi brazo. La mujer de mi derecha, pasa el trapo por el piso con una mano pero dirige su mirada hacia mi y también hacia Rebeca, que como en un espasmo sigue con su arte de la irritación. La dejo despedirse con su sonrisa destronada, dándose vuelta para seguir en su periplo. Creo que la escucho adular a la estrella de T.V. que quiere dedicarse a la pintura de la sala contigua. June toma suavemente el pincel atormentado de pintura negra, algo murmura y lo empieza a limpiar, no sé por qué deseo que le vaya mejor. Un rumor crece y se pierde en oleadas de siseos. La señora de mi derecha vuelve a limpiar el piso con movimientos más rápidos y desprolijos. Las otras dos que todavía tenían los frascos de pintura en las manos no vuelven a hablar y bajan sus miradas al cajón repleto de frascos en busca del mismo color. La bailarina vuelve a su danza silenciosa. Yo agarro mi tela en un abrazo de crucifijo y dando un portazo prometo no volver nunca más.

martes, 22 de septiembre de 2009

Para las tres









Era un mediodía de noviembre y nos encontramos con el pretexto de agasajarnos bajo esa galería imponente de robles del Paseo Mendoza.

Ahí, sentadas, dispuestas a olvidar por un momento y dejándonos envolver por el perfume de las madreselvas, jugábamos con el reflejo de las hojas, el sol y las lágrimas.

En eso estábamos cuando llegó el mozo, coronando su paso con la jarra de limonada con jengibre y cedrón, era una deliciosa nube blanca con pequeñísimos puntitos verdes que cuando entraba en contacto con los labios se volvía un bálsamo de dulzura, se deshacía en un néctar de exquisitez y depositaba en el fondo de nuestras mandíbulas el ácido característico del limón. Nunca volví a disfrutar una limonada igual. ¡Ambrosía! Dijimos al punto que chocábamos los vasos en un eco de cascabeles, y nos reímos con esa tontería.

Disimulábamos, pero el dolor era tan intenso que parecía una gelatina que flotaba en el aire, se metía por los poros y recrudecía en un sopor que nos envolvía de hiel.

Dijimos algunas cosas para darnos un respiro. Anotamos los nombres de algunos pájaros que reconocimos por sus cantos o por los colores, y creo que maldijimos al camión que pasó por la calle levantando la polvareda que cambió nuestro humor.
Alguien prendió un cigarrillo y nos pusimos a mirar esos arabescos imposibles que llegaban a la piel dibujando con calor aquello que guardaban en bocanadas.

Nos perdimos hablando de tipografías y colores, nos dejamos arrastrar por la vida que palpitaba al alcance de la mano, dejamos que nos llevara a donde queríamos estar en ese momento. Cerramos los ojos. La abrazamos.

Yo también la extraño.

martes, 8 de septiembre de 2009

El capricho de Dios o de Dios y sus creaciones.

Ya andaba Dios en eso de crear animales y plantas para poblar la Tierra, cuando una idea que crecía en su ser, se transformó en desafío..

Hacía rato que las criaturas obedecían sus ocurrencias, y eso lo irritaba, pensaba que eran creaciones sin ambiciones, de futuros naturales, rústicas en sus sentimientos, salvajes en sus emociones. Él, quería una sorpresa.

Los días sucedían y el espectáculo más asombroso era ver como el depredador cazaba su presa. Los nacimientos en sí mismos constituían una rutina prodigiosa, pero Él, buscaba algo extraordinario. Quizás alguna tormenta despertaba un instante de admiración, o un amanecer, o el color de una nueva flor, pero se diluía al segundo o al tercer instante. Él, buscaba emociones perdurables.

Así pasaban los días… El mundo se echaba a andar en el círculo vicioso de la vida. Se respetaba a rajatabla la cadena alimenticia, y el equilibrio supremo reinaba en armonía.

Dios padecía sus malhumores. Los ángeles se preocupaban. Este nuevo sentimiento lo desvelaba y lo aburría con la misma ligereza. Nada le llamaba la atención.

Los animales no tenían más que el criterio natural de sus entrañas, y las verduras asumían su papel a la perfección, sin ánimos de invasiones, sin desprejuicio, ordenadamente.

Así, pasaban los días… También pasaban las noches.

Díos a veces se maravillaba, mirando a uno y otro lado del globo terráqueo.
-Nada, sólo más de lo mismo -Entonces, dejaba la Tierra a su abandono, mirando con recelo de su propio ingenio. Tomaba un descanso, se entretenía con otros menesteres, y volvía a la carga para concretar sus habilidades de Creador.

-Quiero un desafío -Palpitaba en su corazón.

-Estos animales no me prestan atención, siguen el circulo vital y nada les importa más que llenar sus vasos sanguíneos, sus estomas, sus vanidades.

-Quiero alguien como yo, que ocupe mis atenciones, y que yo merezca las suyas…

-Quiero algo que me rompa el corazón. Alguien por quien llorar, alguien por quien perder la cabeza. Quiero… quiero un alma por aquí, otra por allá, y en esta trilogía de sentimientos quiero descubrir algo que cambie mi historia para siempre. Que exista el antes y el después. Que mis criaturas sean como yo, o como a mí me hubiese gustado ser. Quiero trascender. Quiero vivir el infinito. Quiero romper el esquema de mi Creación. Quiero competencia. Quiero sentirme vulnerable. Quiero ejercitar mi paciencia. Quiero desplegar al extremo la capacidad de amar. Quiero perdonar. Quiero una razón para existir. Quiero hijos.

Y en ese torbellino de deseos, con un mismo pensamiento, su pedido más profundo fue tomando forma. Varón y mujer Dios los creó. Con el gozo divino, con la fuerza que solo Él pudo darle a su idea, con la luz de su imagen y a su semejanza, los hombres fueron pensados por primera vez.

Entonces su idea necesitaba materia. Tomó entre sus manos las tierras de los lugares donde los rayos habían caído, seleccionando las mejores vetas, tomándose su tiempo -la eternidad ya estaba de su lado-, mezcló las aguas que jugaban a despertar pasiones, y amasó este tesoro profundo recuperando la majestuosidad de Rey sobre todos los reinos, volviendo a la compostura que había perdido. Inspiró y exhaló omnipotencia, sabiduría, paz. Y volvió a amasar la mezcla con el resplandor de sus manos, depositando en el revoltijo sus deseos celestiales… Y sopló.

-Quiero que me sorprendan.

-Quiero una humanidad.

-Quiero un comienzo.

El aliento divino contrajo el material, el espíritu insufló vida. Sus manos dieron forma a la mezcla perfecta.
Comenzó un nuevo día. Despertaba una humanidad bajo el nombre de Adán.
Comenzó un nuevo día. Despertaba la Tierra bajo el nombre de Eva.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Conciencia

Pleno mediodía. Hace apenas un momento que caminamos en busca de unas lindas verduras. Hay un rítmico palpitar de claroscuros que se siente en la piel, son los contrastes de tajantes sombras frías entre bienvenidos espacios de sol.

Saltamos algunos charcos en aquellos frentes cuyos comerciantes lavan su vereda y despojan sus tiendas de hediondos silencios.

Entramos en el mismo negocio de siempre, donde las frutas y verduras se exponen casi en esplendor, con un delicado rocío que todo lo impregna y que invita a la contemplación. Nos gusta el lugar porque además congrega las distintas lenguas de clientes y comerciantes, confusiones divertidas que hasta ahora no han generado más que un bullicio insoportable en el que hay que repetir el pedido en varios idiomas, mas que en español todas las verduras que saben igual se nombran diferente. Salimos victoriosos.

Volvemos por el mismo camino por el que pulsan las sombras. El camina a mi lado, su pequeña presencia me da fortaleza. Me adelanto, marco la distancia sin mirar atrás.
Inesperadamente su mano se suma a la mía. Tomo conciencia que hace mucho no demuestra ni su cariño, ni su vulnerabilidad; en su mismo calor recuerdo la forma de sus dedos, bastante largos, masculinos, elegantes, con algunas marcas repartidas de travesuras y pruebas de fuerza; siento sus dedos hurgando en mi puño cerrado para entrar a guarecerse, y lo vuelvo a ver pequeñito sobre mi pecho, cuando toda aquella habitación se inundó de una luz azul. Acaricio sus cabellos dorados, remolinos infinitos y despreocupados, abrazo cada hebra de su pelo con el ánimo de que me transporte con su perfume.
Caminamos un poco más tomados de la mano, él quizás disfruta el sabor que parte en cada mordisco que le da a una manzana, yo disimulo que casi me muero.

lunes, 24 de agosto de 2009

Del Dragón: Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

Había una vez un pirata llamado Jorgito, era gordo, viejo, gruñón y le encantaban los caramelos. Hasta que un día el estaba sólo en la popa del barco y apareció una horrible gorda gruñona a la que le encnataban las cosas saladas. Era la bruja Juana, y le puso un hechizo de mareo.
-¿por qué me mareo? se pregunto Jorgito, yo no me mareaba y ahora si ¿qué pasa? - le preguntó Jorgito a Juana. Juana le contestó - te hechizé JA JA JA se rió la bruja Juana.
Como el se mareaba no podía conducir el barco y llegaron a los 7 mares - ho no - gritó desesperado - como vamos a ir a la isla de los dulces, no se puede volver, estamos perdidos.
Jorgito gritaba cada 2 x 3, los otros piratas no lo podían soportar - para de gritar - grito Carlos el pirata - no te soportamos más, te vamos a llevar con el doctor del barco pepe. bueno contestó Jorgito.
Pepe, el doctor, le recomendó que encontrara a la mismisima bruja que lo hechizó, el sabeia que la bruja Juana vivía en una lámpara mágica como la de Aladin. Los piratas buscaron y buscaron y al fin la encontraron a la lámpara mágica, pero ahora ¿cómo iban a sacarla de la lámpara mágica? A el pirata Jorgito se le ocurrió deramar soda de naranja y así la bruja iba a salir. La bruja salió, pero no le sacó el mareo, sino que se casaron y fueron a vivir a la isla de los dulces y felizmente la bruja Juana dejó su molesto gusto por lo salado.

Cuentos del Dragón

Hace casi nueve años que domestico un Dragón de ojos amarillos. Este maravilloso ser cayó en mis manos en un halo de luz azul que lo impregnó todo, incluso mi alma. Ahora, mi pequeño compañero, tiene la dulce capacidad de desvelarme con cada palabra, se le ha ocurrido filosofar sobre la vida y la muerte, con miradas profundas, miradas de fuego. Le presto atención, con mi inmensa ignorancia, y creo que es entonces cuando me devora con suaves dentelladas. El sabe, que me hace sufrir más con su suavidad que con sus arranques de furia. Ultimamente ha demostrado alguna capacidad para las letras, transcribo sus textos tal cual los recibo, para que ustedes me digan si lo debo hechizar y perder su magia.