martes, 22 de septiembre de 2009

Para las tres









Era un mediodía de noviembre y nos encontramos con el pretexto de agasajarnos bajo esa galería imponente de robles del Paseo Mendoza.

Ahí, sentadas, dispuestas a olvidar por un momento y dejándonos envolver por el perfume de las madreselvas, jugábamos con el reflejo de las hojas, el sol y las lágrimas.

En eso estábamos cuando llegó el mozo, coronando su paso con la jarra de limonada con jengibre y cedrón, era una deliciosa nube blanca con pequeñísimos puntitos verdes que cuando entraba en contacto con los labios se volvía un bálsamo de dulzura, se deshacía en un néctar de exquisitez y depositaba en el fondo de nuestras mandíbulas el ácido característico del limón. Nunca volví a disfrutar una limonada igual. ¡Ambrosía! Dijimos al punto que chocábamos los vasos en un eco de cascabeles, y nos reímos con esa tontería.

Disimulábamos, pero el dolor era tan intenso que parecía una gelatina que flotaba en el aire, se metía por los poros y recrudecía en un sopor que nos envolvía de hiel.

Dijimos algunas cosas para darnos un respiro. Anotamos los nombres de algunos pájaros que reconocimos por sus cantos o por los colores, y creo que maldijimos al camión que pasó por la calle levantando la polvareda que cambió nuestro humor.
Alguien prendió un cigarrillo y nos pusimos a mirar esos arabescos imposibles que llegaban a la piel dibujando con calor aquello que guardaban en bocanadas.

Nos perdimos hablando de tipografías y colores, nos dejamos arrastrar por la vida que palpitaba al alcance de la mano, dejamos que nos llevara a donde queríamos estar en ese momento. Cerramos los ojos. La abrazamos.

Yo también la extraño.

martes, 8 de septiembre de 2009

El capricho de Dios o de Dios y sus creaciones.

Ya andaba Dios en eso de crear animales y plantas para poblar la Tierra, cuando una idea que crecía en su ser, se transformó en desafío..

Hacía rato que las criaturas obedecían sus ocurrencias, y eso lo irritaba, pensaba que eran creaciones sin ambiciones, de futuros naturales, rústicas en sus sentimientos, salvajes en sus emociones. Él, quería una sorpresa.

Los días sucedían y el espectáculo más asombroso era ver como el depredador cazaba su presa. Los nacimientos en sí mismos constituían una rutina prodigiosa, pero Él, buscaba algo extraordinario. Quizás alguna tormenta despertaba un instante de admiración, o un amanecer, o el color de una nueva flor, pero se diluía al segundo o al tercer instante. Él, buscaba emociones perdurables.

Así pasaban los días… El mundo se echaba a andar en el círculo vicioso de la vida. Se respetaba a rajatabla la cadena alimenticia, y el equilibrio supremo reinaba en armonía.

Dios padecía sus malhumores. Los ángeles se preocupaban. Este nuevo sentimiento lo desvelaba y lo aburría con la misma ligereza. Nada le llamaba la atención.

Los animales no tenían más que el criterio natural de sus entrañas, y las verduras asumían su papel a la perfección, sin ánimos de invasiones, sin desprejuicio, ordenadamente.

Así, pasaban los días… También pasaban las noches.

Díos a veces se maravillaba, mirando a uno y otro lado del globo terráqueo.
-Nada, sólo más de lo mismo -Entonces, dejaba la Tierra a su abandono, mirando con recelo de su propio ingenio. Tomaba un descanso, se entretenía con otros menesteres, y volvía a la carga para concretar sus habilidades de Creador.

-Quiero un desafío -Palpitaba en su corazón.

-Estos animales no me prestan atención, siguen el circulo vital y nada les importa más que llenar sus vasos sanguíneos, sus estomas, sus vanidades.

-Quiero alguien como yo, que ocupe mis atenciones, y que yo merezca las suyas…

-Quiero algo que me rompa el corazón. Alguien por quien llorar, alguien por quien perder la cabeza. Quiero… quiero un alma por aquí, otra por allá, y en esta trilogía de sentimientos quiero descubrir algo que cambie mi historia para siempre. Que exista el antes y el después. Que mis criaturas sean como yo, o como a mí me hubiese gustado ser. Quiero trascender. Quiero vivir el infinito. Quiero romper el esquema de mi Creación. Quiero competencia. Quiero sentirme vulnerable. Quiero ejercitar mi paciencia. Quiero desplegar al extremo la capacidad de amar. Quiero perdonar. Quiero una razón para existir. Quiero hijos.

Y en ese torbellino de deseos, con un mismo pensamiento, su pedido más profundo fue tomando forma. Varón y mujer Dios los creó. Con el gozo divino, con la fuerza que solo Él pudo darle a su idea, con la luz de su imagen y a su semejanza, los hombres fueron pensados por primera vez.

Entonces su idea necesitaba materia. Tomó entre sus manos las tierras de los lugares donde los rayos habían caído, seleccionando las mejores vetas, tomándose su tiempo -la eternidad ya estaba de su lado-, mezcló las aguas que jugaban a despertar pasiones, y amasó este tesoro profundo recuperando la majestuosidad de Rey sobre todos los reinos, volviendo a la compostura que había perdido. Inspiró y exhaló omnipotencia, sabiduría, paz. Y volvió a amasar la mezcla con el resplandor de sus manos, depositando en el revoltijo sus deseos celestiales… Y sopló.

-Quiero que me sorprendan.

-Quiero una humanidad.

-Quiero un comienzo.

El aliento divino contrajo el material, el espíritu insufló vida. Sus manos dieron forma a la mezcla perfecta.
Comenzó un nuevo día. Despertaba una humanidad bajo el nombre de Adán.
Comenzó un nuevo día. Despertaba la Tierra bajo el nombre de Eva.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Conciencia

Pleno mediodía. Hace apenas un momento que caminamos en busca de unas lindas verduras. Hay un rítmico palpitar de claroscuros que se siente en la piel, son los contrastes de tajantes sombras frías entre bienvenidos espacios de sol.

Saltamos algunos charcos en aquellos frentes cuyos comerciantes lavan su vereda y despojan sus tiendas de hediondos silencios.

Entramos en el mismo negocio de siempre, donde las frutas y verduras se exponen casi en esplendor, con un delicado rocío que todo lo impregna y que invita a la contemplación. Nos gusta el lugar porque además congrega las distintas lenguas de clientes y comerciantes, confusiones divertidas que hasta ahora no han generado más que un bullicio insoportable en el que hay que repetir el pedido en varios idiomas, mas que en español todas las verduras que saben igual se nombran diferente. Salimos victoriosos.

Volvemos por el mismo camino por el que pulsan las sombras. El camina a mi lado, su pequeña presencia me da fortaleza. Me adelanto, marco la distancia sin mirar atrás.
Inesperadamente su mano se suma a la mía. Tomo conciencia que hace mucho no demuestra ni su cariño, ni su vulnerabilidad; en su mismo calor recuerdo la forma de sus dedos, bastante largos, masculinos, elegantes, con algunas marcas repartidas de travesuras y pruebas de fuerza; siento sus dedos hurgando en mi puño cerrado para entrar a guarecerse, y lo vuelvo a ver pequeñito sobre mi pecho, cuando toda aquella habitación se inundó de una luz azul. Acaricio sus cabellos dorados, remolinos infinitos y despreocupados, abrazo cada hebra de su pelo con el ánimo de que me transporte con su perfume.
Caminamos un poco más tomados de la mano, él quizás disfruta el sabor que parte en cada mordisco que le da a una manzana, yo disimulo que casi me muero.